lunes, 22 de marzo de 2010

los árboles.



Yo no escribo,
no soy un hombre,
pero en mi bruma,
conozco muy bien la inmensidad,
son mis ramas,
mis aguas,
mis antepasados... !


Luis Alberto Spinetta


Ni una nube. “Que cielo diáfano, ¿no?”, le comento el quiosquero al policía que merodeaba por Córdoba y Callao esa mañana de primavera. “Afirmativo”, contestó el oficial, y los dos se rieron como chicos.
Unos alumnos pasaron corriendo, seguramente llegaban tarde a la facultad. Un colectivo freno de golpe y casi choca a un taxi. Papeles, colillas de cigarrillos y hojas volaban sobre la sucia avenida. Otro día más en Buenos Aires.
“Dame un atado de Phillip”, le dijo el policía con un tono amistosamente imperativo.
“Algún día podrías pagar…”, aventuro el quiosquero. “Algún día te podría meter un tiro.”, sentencio el de uniforme.
Mientras prendía el cigarrillo se pregunto por que carajo se había hecho policía. Después lo recordó. No hubo alternativa. Pero si volvía alguna vez en el pasado se juro en vano hacer todo lo posible para escapar al “reclutamiento” y seguir viviendo en la provincia, aunque sea en un lugar chiquito, mientras tenga algo de pasto y un par de árboles para la sombra en primavera. Mientras, se tenía que conformar viviendo en la pensión, con el pelotudo de López que siempre llegaba a las 4 de la mañana, borracho, con alguna mina, y que no lo dejaba dormir. Pero esta mañana no había por que quejarse, todo estaba tranquilo. Ninguna corrida, ningún aviso por radio. El cigarrillo y él solos entre el río que formaba la gente sobre la vereda pero que en minutos más se disipaba, cuando cada uno ocupase su puesto, su rol en la sociedad.
“Es verdad, no hay ni una nube… jajaja … ¿Cómo va a ver una nube con tanto edificio que tapa… Dios! Como extraño la provincia…”
Camino sereno hasta la plaza de Rodríguez Peña, mirando a las chicas pasar, livianas de ropa. Le gustaba la primavera. La gente esta más relajada, hasta los ladrones. Al menos de día, al menos en su turno.
Aunque no era el recorrido habitual se adentro a la plaza, a la sombra. Unos jubilados hacían gimnasia y se acordó de su papá. Extrañaba sentarse con el a tomar mates hasta la madrugada escuchando sus anécdotas una y otra, y otra vez. “Pronto te voy a visitar, viejo.”, le prometió en silencio.
Y pensando en los jubilados, en su papá y en la vejez se dio cuenta de que la vida es muy corta y ya era demasiado tarde. Al menos para hacer eso que siempre quiso: Jugar a la pelota, tener una familia, viajar por el mundo. Solo tenía el arma reglamentaria y la pensión. Y a la loca que de vez en cuando pasaba a visitar, pero que cada vez le gustaba menos y lo fatigaba más. La voluntad se le consumía, y el cigarrillo se le terminó. Empezó otro.
“Disculpe, ¿sabe donde queda la estación de subte?”, pregunto una chica rubia, extranjera. Se quedo mirándola. “Claro”, pensó, “si no tuviese el uniforme vos jamás de los jamases te me acercarías y menos me preguntarías algo… “A una cuadra señorita”.
Dijo gracias y se fue. Tenía pantalones cortos y lindas piernas. El pelo le llegaba a media espalda y era bastante alta. “El día que este con una mina así… no se que voy a hacer, pero seguro seré feliz. Jajaja, si se que voy a hacer, se lo voy a refregar en la cara a López y le voy a caer todos los días cuando duerma, y voy a hacer el quilombo de mi vida, jajajaj”.
A las 4 comenzaba la cuenta regresiva. Solo quedaban 30 minutos de deambular por la calle, esperando que nadie afane, que nadie choque, que ningún loco hostigue. Esperando que haya 30 extranjeras rubias que le pregunten dónde queda el subte y se quede hablando un minuto con cada una. Pero esa primavera todo fue distinto. Y todo comenzó ese día, 28 minutos antes de irse a casa.
La primera rama cayó a las 4:02, la segunda segundos después, con tan mala suerte que golpeo a un jubilado en la cabeza desmayándolo. “López, mandame una ambulancia a la plaza Rodríguez Peña”. “Señor, ¿esta bien?” Pero no respondía. “La puta madre, ¿justo ahora tiene que pasar?”, pensó. Los viejos se le abalanzaban. “Ya pedí la ambulancia señora, ¿puede esperar? ¿Qué quiere que haga, que le dispare a la rama? En un ratito llega, ya llega, no se desesperen y déjenle espacio al señor para que pueda respirar…”
Los ruidos empezaron minutos después. Al principio pensó que se trataba de un choque, pero venían del suelo, de la tierra. “No lo se señora, no se que son esos ruidos”, “López, ¿Y la ambulancia López?”.
Los temblores a las 4:19. “A ver señores, por favor deshabiliten la plaza. Yo lo llevo al señor hasta la esquina, no se haga problema que puedo solo. Pero vayan, vayan. No me lo hagan mas difícil”. “López la puta que te parió, ¿Dónde esta la ambulancia?”.
La ambulancia llego a las 4:23. El hombre respiraba, pero seguía inconciente. Lo derivaron al Fernández. Los ruidos y los temblores terminaron, al menos por el momento. “A lo mejor hasta me lo imagine yo”, pensó riendo. Quería que pasen esos 7 minutos. Solo eso.
4:27: Volvieron los temblores, más fuertes. El suelo vibraba. Se escucharon gritos, algunos caminantes se cayeron. Muchos entraban a los negocios en busca de refugio, otros escapaban por miedo a un derrumbe y él supo que esa tarde no se iría temprano a su casa.
“Villalba, ¿me escucha?”. “Si subcomisario”. “Nos acaban de llamar diciendo que hubo un par de temblores por allá, por donde estas vos, ¿seguís ahí no?. “Si subcomisario”. “Muy bien, escucha, ahora te lo mando a López, se quedan los dos ahí por si las dudas hasta que sepamos que mierda esta pasando”. “Si subcomisario” “No apagues el radio, ¿te queda batería?”. “Si subcomisario”. “Muy bien, bueno, ya te lo mando a López, cualquier cosa me informas.”.”Si subcomisario”.
López llego a las 4:45. La zona estaba casi desierta. La gente, asustada, trataba de irse cerca de la costanera o para el oeste. Aparentemente los temblores eran propios de esa zona. Al rato volvieron los ruidos. Eran más bien crujidos, “quejidos” desde tierra. López y Villalba estaban en medio de la plaza, cuidando de que a ningún “pelotudo” se le ocurriese meterse en el medio del “quilombo”. Y siempre los había.
Entonces las primeras raíces comenzaron a salir. Luego otras hasta que fueron cientos, mientras el crujir se intensificaba. No era un ruido molesto, al contrario era hasta dulce, con cierto dejo de liberación. “¿Estas viendo eso Villalba?” pregunto López. “Un ruido de mierda, pero ni una nube en el cielo”. “¿Por que no mejor vez al suelo y te cagas hasta las patas?”. Cuando López vio lo que pasaba no pudo articular palabra. Se quedo mudo, y eso era casi un milagro por que López casi nunca dejaba de hablar, solo cuando jugaba Boca o cuando lo puteaba el subcomisario. Las raíces parecían dedos y no dejaban de moverse. Lentamente la gente salía por los balcones a ver. Se escuchaban las voces desde lo alto y Villalba rezaba por que esa gente no viniese en masa como una manada curiosa a curiosear, por que, obviamente, no podrían contenerlos de a dos (y menos si el otro era López). “Subcomisario, ¿me escucha?”. “Si Villalba, decime”. “Bueno…mire…no se como explicarle subcomisario, acá…bueno… las raíces de los árboles se salieron de la tierra, se mueven..”.”¿Ud. me esta tomando el pelo Villalba?, ¿Cómo mierda se van a mover las raíces?”. “Si, subcomisario, se mueven, parecen como dedos..”.”¿Ud. es poeta Villalba?¿Como dedos?...¿Que es eso?¿Una metáfora?¿Se la enseñaron en el reclutamiento?¡Ud. es un pelotudo, Villalba!”. “Enserio subcomisario, me dijo que le avise si pasaba algo…bueno, se están moviendo las raíces, y acá con López tenemos miedo de que la gente se acerque a ver y no los podamos contener, estamos los dos solos….” “Dios mío Villalba, dios mío…No lo puedo creer, sinceramente. De las pelotudeces que escuche por este radio, que fueron miles, esta fue la mas….pelotuda, te ganaste el premio de la pelotudez Villalba, lo podes pasar a retirar por comisaría. Y el premio es la terrible patada en el culo que te voy a dar por querer cagarme el día tratándome de pelotudo!” “Pero subcom…Corto”. “¿Y ahora que hacemos Villalba, que carajo hacemos?”, pregunto López.
Villalba no sabia que hacer, nunca había estado en una situación semejante, hasta salió de varios tiroteos ileso, pero jamás estuvo entre raíces moviéndose como dedos (¿eso era una metáfora o una comparación?). La gente se acercaba de a poco mientras trataba de disuadirlos, pero era en vano. Las raíces se movían cada vez más rápido. La tierra removida en ese día de primavera daba un sabor especial al aire, y los crujidos… al menos tapaban los ruidos de la ciudad a lo lejos.
Un árbol cayó y casi aplasta a un emo. Las raíces seguían moviéndose. Otro árbol cayó. La gente corría, gritaba. “Villalba, Villalba, ¿Estas ahí?” “Si suboficial” “Perdona Villalba, pensé que me estabas jodiendo, la gente no para de llamar, ahora mismo te mando refuerzos.” “Gracias suboficial”.
Antes que la policía (como siempre) llegó la televisión. La tarea se hizo aun mas complicada. Entre López y Villalba había como diez periodistas. El radio no paraba de sonar. “Villalba, ¿llegaron los refuerzos? ¡Te estoy viendo en la tele Villalba!”
“Les voy a pedir que por favor se alejen de la plaza por su seguridad, es una zona peligrosa…”, advertía a los periodistas justo cuando un árbol cayo a sus espaldas. “¿Filmaste eso?, ¡dame aire que salgo ya!, ¿listo?... La situación es tensa. Se acaba de caer un árbol atrás nuestro, nadie sabe los motivos de estos acontecimientos. Simplemente los árboles caen, las raíces salen del suelo y se mueven. Es algo increíble. Sin precedentes en la historia mundial. Estamos con el oficial responsable de cuidar la zona, el cabo Villalba. Díganos Villalba, cuando comenzó todo esto?” Villalba transpiraba. Prefería que los periodistas sean ladrones y las cámaras armas, así sabría como manejarse. Pero ese micrófono le daba miedo. Todos lo iban a burlar. Hacia calor y transpiraba mucho. Tenia las axilas empapadas, y vergüenza, mucha vergüenza. Y la gente no paraba de acercarse, mientras la radio sonaba “Villalba! Villalba!, deja de decir pelotudeces al aire y fijate que no se meta nadie!”. López hablaba con otros. Donde antes había un micrófono ahora había 4, solo habían pasado unos eternos 10 segundos y él no había dicho palabra. “¿Qué le pasa Villalba?, hable!.”, le decía la periodista. “Bueno, los crujidos comenzaron hace 20 minutos aproximadamente, un señor mayor resultó herido a causa del desprendimiento de una rama producida justamente por el movimiento. El señor ha sido derivado al hospital Fernández, y por el momento no hubo ningún muerto…” Nunca olvidaría la cara de la periodista, atónita por semejante declaración. Por suerte otro árbol cayó y los distrajo un poco. Tomó un respiro mientras corrían a filmar el tronco tirado. Recién en ese momento llegaron los patrulleros. Eran cuatro con 12 policías. “Por fin”, pensó. Estaba agotado.
Se comenzó a marcar el perímetro. Nadie podía entrar a la plaza. Los autos se acercaban por todas las calles. Todos querían ser participes, ver, tocar. Hasta helicópteros a distancia imprudente sobrevolaban la plaza mientras inundaban de viento y tierra a quienes allí trataban de respirar. Mucho ruido, mucha tierra, mucho aire.
A las 5:23 el primer árbol caído comenzó a moverse, serpenteaba como víbora y el tronco se flexionaba toscamente sobre el suelo. Villalba volvió a pensar por qué carajo se hizo policía. López enmudeció definitivamente.
El árbol, tras varios intentos (en los cuales casi mata a un par de camarógrafos), logró por fin levantarse. Erguido sobre sus raíces comenzó a emitir un chillido que parecía nacer de su interior y vibrar su corteza. Segundos después el resto de los árboles caídos repetía el ritual del serpenteo. Los que aun continuaban aprisionados en la tierra empezaron a balancearse, sacudiendo las hojas y libreando poco a poco sus raíces del suelo. No existía la lógica. No había lugar para gritar o agitarse, solo podía verse el espectáculo. Más patrulleros llegaron a la zona. Los policías obligaron a todos, periodistas y civiles, a desalojar el área, y apuntaron sus armas hacia los árboles. “¿Qué mierda están haciendo?, ¿Qué carajo creen que van a hacer?”, pensó Villalba desesperado, mirando a todos los policías (incluso López) apuntando. “EH!, esperen! No les disparen!” “Callate Villalba, que es orden del comisario”. Era algo inentendible. Tratar de matar a un árbol a balazos. Lo que era entendible era el clásico miedo de la masa a lo inexplicable. Todos los árboles ya estaban sueltos, se agrupaban. Parecía que hablaban en secreto. El primer disparo se dio a las 5:51. Lo ejecuto Ramírez, un cabo recién ingresado a la fuerza. El resto siguió el ejemplo. Los balazos golpeaban los troncos y hacían saltar la corteza. Algunos rebotaban, pero el fuego no cedía. Un disparo perdido dio en el hombro de un transeúnte, que quedo tirado en el piso gritando, puteando. Los árboles comenzaron a gemir. Se quejaban, sufrían, les dolía. Villalba los entendió. Los vio, comprendió lo que sentían. “Alto!, basta de disparar, que están sufriendo!” “¿Qué pasa Villalba?” Logró detener la balacera, al menos por un instante. Corrió hacia los árboles y se metió dentro de la ronda que formaban. Estos se balanceaban de un lado hacia el otro, en la corteza de algunos brotaba savia. Los miró, tan viejos, tan fuertes. Ellos se encorvaron hacia él. Por alguna razón se le ocurrió que esos enormes seres alguna vez fueron simples semillas. Que tal vez fueron traídas de Europa hace mas de 200 o 300 años. No sabía por qué se movían, qué los llevo a hacer eso, como podía ser posible. Pero entendió que se querían ir de ahí. “Villalba!! Villalba!! Contesta!! ¿Qué mierda haces ahí metido? Salí de ahí carajo! Es una orden!” Tiró el radio al suelo.
Lentamente volvieron a moverse. Villalba corrió hacia los patrulleros. “Se quieren ir, no me pregunten por qué, pero se quieren ir.” “Sigamos disparando entonces!”, dijo Ramírez. “¿Para que carajo le vas a disparar a un árbol? Además no les hicieron nada las balas! No son violentos!, solo se quieren ir!” “Y decinos genio”, pregunto López, “¿adonde van a ir?” Y Villalba vio todo muy claro: a la costanera, al río.
A las 6 en punto se genero el operativo. 8 patrulleros alineados ocupaban los carriles de Callao al frente, los árboles se acomodaron al medio, y otros patrulleros venían por detrás. Comisarías de toda capital mandaron autos para tapar las calles que cortaban la avenida. Villalba se metió entre los árboles. Estos confiaban en él, y él los miraba desde abajo, como si fuesen abuelos altos, grandes, sabios. Al cruzar Santa Fe, se trepó a uno pequeño (debían haber aproximadamente 40 árboles caminantes). Sintió la adrenalina de la altura, de ese galopar lento. Vio la ciudad como nunca antes, sonrió. A medida que caminaban, algunos árboles dormidos aun en veredas cercanas despertaban, oían el llamado, pero solo algunos, y tímidamente se desprendían de la tierra (caían al suelo, serpenteaban, se paraban) y se sumaban a la marcha. La gente gritaba desde los balcones, tiraba papelitos, cantaba: “Ar gen tina!”, el miedo se convirtió en felicidad. Los chicos estaban asombrados, tal vez un poco menos que los adultos. Desde los balcones algunos trataban de arrancar hojas. Muchos autos sufrieron rayones. Los cables de luz y teléfonos se cortaban al paso de los gigantes, pero a nadie le importó en ese momento. Todos estaban bajo el efecto hipnótico de los troncos abriéndose camino, y del sonido del crujir de cada paso. A lo lejos, la plaza quedo vacía y agujereada, con el sol entrándole de lleno aunque ya era tarde. Quedó desértica.
Llegaron hasta Libertador. El tráfico se detuvo y los autos estaban desparramados por doquier. Guiados por los patrulleros y por Villalba doblaron hacia Retiro. De vez en cuando alguno caía, pero al rato se volvía a levantar. El paso era lento y para cuando llegaron cerca de la terminal de trenes ya era pasada la media noche.
Desde ahí, doblaron hacia la izquierda y lentamente se acercaron hasta la costanera. Villalba tuvo razón. Al llegar a las inmediaciones del río, frenaron por un instante, giraron 180 grados sobre su propio eje y enfrentaron la imagen de una multitud. Toda la ciudad estaba a presente, contemplándolos en silencio. Villalba, que había bajado hacia unos momentos del árbol pequeño, creyó distinguir algo parecido a un ojo en el tronco de uno de ellos. Volvieron a girar dejando caer sus hojas para que se las llevase el viento por última vez, tal vez así decían adiós.
La noche estaba más estrellada que de costumbre, y la luna (llena) iluminaba el cielo, diáfano, sin nubes. Volcaba su luz sobre el agua dibujando un imaginario puente blanco, movido apenas por la marea, que señalaba al oeste. Villalba prendió un cigarrillo. Nadie hablaba, nadie se animaba a hacerlo. Los chicos estaban aferrados a las manos de sus madres, pero no lloraban. Nadie entendía, salvo Villalba. El ciclo había terminado, volvían al hogar. Y mientras veía como primero se alineaban en torno a la costa, luego de que la marea les lamiera las raíces para, por fin, lanzarse hacia el agua, Villalba agradeció el día en que se hizo policía (un par de jóvenes se metían al agua helada intentando alcanzar a los árboles que se movían más rápido que delfines). Pero también se dio cuenta de que su ciclo había finalizado. Lentamente los árboles fueron adentrándose en el río para ir perdiendose uno a uno en el horizonte. Villalba fue zambulléndose en el mar de gente, abriéndose paso hacia el centro, pensando (mientras tiraba su placa y su arma reglamentaria al suelo) dónde podría encontrar después de semejante suceso un taxi para ir a la pensión, buscar sus cosas, la plata que le quedaba e ir a la terminal, para sacar un pasaje hasta Santa Rosa, para poder tomar unos mates con su viejo, para volver a su hogar.

“Villalba!!, Villalba!!!”, se oía en la plaza desierta, desde un radio semi enterrado.
“López!” “Si subcomisario” “¿Sabes donde esta Villalba?” “No subcomisario” “Encontralo!, acaba de llamar el presidente!, lo vio por televisión, lo quieren ascender a ministro de defensa!” “Pampeano culón”, pensó López mientras se prendía un cigarrillo.

Diego Schnabel, 24 de sept. De 2008

elogio felino.

Lo vi, directo a los ojos. Fue en ese momento cuando comprendí. Él era yo, y yo, el. Todos éramos parte de un todo, pero específicamente él era … era un hombre, un ser humano encerrado en un cuerpo de animal, un gato. Y pasa que los gatos tienen almas humanas, son cárceles. Eso logre entenderlo con la ayuda del tiempo, aunque algo sospechaba.
Cuando lo vi todo fue muy claro, muy celeste. Intentaba comunicarse con miradas hacia tanto tiempo... y yo , ingenuamente indiferente, lo rechazaba con caricias y palabras tontas. Pero fue ese día, cuando por alguna razón azarosa (como esa manzana que cayo violenta, escupiendo una verdad roja antes del “Eureka”), o seducido tal vez por el verde pigmento de sus ojos, lo vi fijamente, y mantuvimos la mirada fija y desafiante cuando supe que el había sido una persona como yo, y que tal vez (mi suerte lo decida en algún futuro), siga los mismos pasos de sus patas. En una mirada me contó todo, una mirada que duro a penas unos segundos. Supe que fue un hombre, que tuvo una familia. Que un percance, una muerte no correspondida termino en sus manos (o mejor dicho, por ellas). Hubo desesperación, hubo juicio y veredicto. Supe que algo más allá del entendimiento nos juzga. Que todos somos lo mismo en diferentes lugares y tiempos, somos la misma “alma”. Y ese algo lo condeno y lo encerró en ese cuerpo ágil, de verdes ojos y de instinto inquieto. Todos fuimos hombres y seremos gatos, todos los gatos fueron hombres. La mirada de los felinos es semejante a la de los humanos, por que ellos entienden, y son concientes de que no pueden salir de sus cárceles de piel y pelo. Que están condenados a cazar palomas y ratones durante largo rato, a esquivar autos, pelear con perros y rendir culto a la luna. Intentando alcanzar las estrellas cada noche, merodean entre ellos, entre maullidos de pena y redención, intentando llegar a donde realmente pertenecen. Y mientras se ven entre ellos y se entienden (y ahora cuando los veo también yo lo hago), esperan ese día, donde mueran, y cuando tal vez su esencia vaya finalmente a las estrellas, con sus semejantes, a descansar. Y mientras afrontan al tiempo, y se deshacen de sus 9 vidas, esperan pacientes ese día en que los demás se den cuenta del castigo, en los que reflexionan por sus crímenes. Y mientras esperan, solo les queda dormir y ronronear.

un absurdo y caluroso día de agosto.

Fue un día de agosto cuando por fin decidí ir a ese lugar, a esa persona de la que tanto me habían hablado: El Oráculo. Como pude conseguí 50 pesos y me dirigí sin pensarlo, como cuando uno se tatúa, que paga en la caja y no hay vuelta atrás. Me tome el 152 y me baje en Cabildo y Juramento. Camine interminables cuadras entre el mar de gente que se movía y chocaba violentamente como las olas en enero. El calor derretía el aire aunque era pleno invierno, y me di cuenta que la mayoría de las personas camina sin pensar, y varias sin sentir nada. Caminar se transformaba en un acto de inercia. En una misma calle un hombre se bajaba de un Mercedes Benz, una familia constituida por una madre y dos hijos, tirados en la puerta de un edificio pedían un par de monedas para comer, un hombre (o mujer) disfrazado ridículamente de caricatura repartía indiscriminadamente volantes a mansalva, una pareja de adolescentes se besaba como si fuera el ultimo día de sus vidas, un taxista puteaba a otro taxista, y las palomas caminaban tan seguras como las personas por la calle. Que mundo ridículo.
Mientras caminaba pensando en no pensar, tratando de dejar de lado en mi cabeza la injusticia social, el desamor e intentando prender un cigarrillo, sentí que muchas cosas comenzaban a perder el sentido. Cosas que antes eran obvias, ya no lo eran tanto.

Cruzó la calle sin mirar, como era de costumbre hacia ya un par de meses. Cuando por fin pudo prender su cigarrillo (el encendedor casi no tenia gas), había llegado al lugar. Así que se sentó en la vereda y lo disfruto falsamente, tosiendo un par de veces. Alguien que paso al lado suyo le pidió fuego y él le regalo el encendedor. Hacia tanto calor ese día de agosto que los pájaros se tiraban con los perros a la sombra, a descansar y respirar. Y dentro del caos había cierta armonía a las 3 de la tarde. Pensó: todo es horrible o terriblemente bello...
Se fijo si tenia aun la plata en el bolsillo, afirmativo. Toco el timbre del depto. D. La puerta se abrió sola, ninguna voz se presento a dar indicaciones. Saludo al guardia en la entrada.
Voy al depto...-, le dijo justificándose sin razón.
Lo se-, dijo el guardia mientras reía –los únicos que vienen a este departamento van al depto. D. Luego de ese comentario el guardia se sumergió nuevamente en la lectura de su diario. Él siguió por las escaleras (le daban pánico los ascensores) hasta el depto. D.

Toqué la puerta y al primer golpe ésta se abrió. No había nadie, por lo menos cerca de la puerta. Entré despacio, con miedo y vergüenza. Con la típica pregunta de “¿quién me mando a venir acá? Después me acordé quien, todos mis conocidos. Habían hablado maravillas de este tal Oráculo. Que era diferente a todo, que era más que un psicólogo, que un consejero, que un brujo o un tarotista. Y teniendo en cuenta que con los psicólogos, ni los tarotistas, ni con nadie había conseguido resultados en algo, no me pareció una mala idea probar con esto. Aparentemente el tipo había nacido en Argentina y a los 25 años había tenido una especie de revelación mística. Un día de la nada dejó su trabajo en un banco y salió a recorrer el mundo, desde Nepal a Gibraltar, desde Australia a Noruega. Lo que siempre variaba en las descripciones era el aspecto físico. Algunos me habían dicho que tenía una barba que llegaba al piso, otros que era pelado pero muy alto, uno me comento que era tan viejo que tenia arrugas sobre la arrugas, pero todos coincidían en la misma dirección. De todas formas para mi sorpresa, era una mujer.

Recorrió el estrecho pasillo. Las paredes eran ocre, el techo blanco y el piso de madera marrón oscura. No habían cuadros colgados. No había picaportes en las puertas, por el simple hecho de que no había puertas. Llego a un cuarto, aparentemente el principal, donde encontró por fin una mesa tapada con un mantel y dos sillas. Se escuchaba música en el cuarto, lo raro era que no había a la vista algún equipo, pero la música provenía de ese lugar. Sonaba la quinta de Bethoven.

Mientras esperaba parado (no me animaba a sentarme), y decía al aire un tímido “¿hola?”, mire el reloj. Las 3:02.

Sentáte, ya estoy con vos, ¿querés algo para tomar? ¿cerveza, café, agua?-, dijo una dulce voz desde algún lugar dentro de ese lugar.
Tímidamente respondí que agua, si no era molestia.

Una mujer se acerco con dos vasos y una jarra hacia la mesa. Sentate por favor, me dijo en un tono dulcemente imperativo. Yo seguí la orden hipnotizado. Era muy bonita, tendría alrededor de 30 años, pero era una mezcla de experiencia joven y frescura acumulada en los años. No podía dejar de verla a los ojos. Ella sabia el efecto que producían sus ojos en las personas seguramente y no dijo nada, solo se limito a dedicarme una sonrisa como diciendo “lo sé, suele suceder”.
Nos quedamos un rato en silencio, y aunque la situación era bastante extraña no me sentía incomodo. Ella me miraba, a veces fijo, a veces desprevenidamente y a veces simplemente me miraba. Era como si leyese en mi cuerpo, o en el caso de tener alma, en ella.
Después de 5 minutos rompió el silencio.

Ella: ¿Sabés por que estás así?
Yo: supongo que no, supongo que es por lo que vine acá.
Ella: vos no viniste por eso, vos viniste por que tus amigos te lo recomendaron y vos solo seguiste las órdenes, ni siquiera lo cuestionaste, solo te dejaste arrastrar por la corriente.
Yo: (silencio)
Ella: ¿querés que sigamos?
Yo: no veo por que no...
Ella: ¿si o no?
Yo: sí, quiero.
Ella: mirá, veo en vos que no esta todo bien, es más, que hay cosas bien nomás. Pero sos extraño, especial o raro, no puedo definirte. Hay gente que viene y se delata: falta de amor, depresión por alguna estupidez, se siente feo, se siente inseguro, perdió el trabajo, la confianza, duda de su sexualidad, pero a vos no te encuentro en parámetros.
Yo: ¿y eso es bueno o malo?
Ella: eso es extraño, solo eso.
Yo: creo que estoy más perdido que antes de entrar acá.
Ella: ¿y que esperás encontrar acá justamente?
Yo: respuestas.
Ella: ¿a que preguntas?
Yo: mejor dicho, primero espero encontrar las preguntas indicadas y después las respuestas.
Ella: Ah, interesante.
Yo: la verdad no se, no se, tal vez tiene razón y vine por inercia, tal vez no debería haber venido.
Ella: pero tranquilizate, acá nadie nos corre. Acá el tiempo es nuestro, y si es nuestro y lo controlamos no hay lugar para la desesperación.
Yo: ¿te molesta si fumo?
Ella: Para nada, ¿me convidas uno? Esperame que busco un cenicero.
Yo: ...y fuego por favor..el mío se lo regale a un desconocido..

Se paro lentamente, mostrándome casualmente su escote, hasta ese momento tampoco había notado que llevaba una pollera corta. Abrió una ventana pequeña y se sentó nuevamente con una sonrisa repetida. Le alcance un cigarrillo y nuestros dedos rozaron un instante eterno. Y nuestras miradas chocaron, y nada volvería a ser igual desde ese momento en adelante.

Ella: ¿en qué estábamos?
Yo: en que el tiempo es nuestro.
Ella: sos extraño, pero me gusta.
Yo: gracias.
Ella: enserio, debes pensar que se lo digo a todo el mundo por mi condición, pero es verdad, hace el intento de creerme.
Yo: lo hago.
Ella: ¿cuantos años tenés?
Yo: 23.
Ella: es raro, parecés de más o de menos, pero no de 23.
Yo: no se si decir gracias..
Ella: ja, esta bien, no digas, hay momentos en los que no hay que decir.
Yo: ¿por qué te dicen el Oráculo?
Ella: ¿así me dicen? Que gracioso, la gente me dice de cada manera... No se la verdad, tal vez por que después de pasar por acá algunos se darán cuenta cual es el camino que tienen que tomar, se me ocurre.
Yo: y esos caminos, los que vienen después, ¿suelen ser los indicados?
Ella: no sabría decirte con certeza. Se que muchos se van contentos de acá. Digamos, con una sonrisa. Pero los caminos que uno elige son responsabilidad de cada uno. De todas formas la vida es muy corta, el tiempo afuera de este cuarto corre, a veces demasiado rápido, y no hay tiempo de probarlos todos. Uno elige lo que tiene al alcance, lo que cree que es correcto y le gusta, si están bien o mal nadie lo va a saber nunca, la única certeza es que por lo menos eligió un camino.
Yo: Suena lógico.
Ella: ¿cuál es tu mayor preocupación?
Yo: no lo se, tal vez no tener preocupaciones...
Ella: ¿tu mayor sueño?
Yo: carezco de sueños.
Ella: ¿tu recuerdo mas atesorado?
Yo: borre todos mis recuerdos, y mi futuro.

Comenzó acariciándole la mano, le saco el cigarrillo de entre los dedos, y dirigió la mano temblorosa a su rostro. Siguió por acariciarse con las manos del joven.

Ella: ¿qué sentís?
Yo: vida.

Paso la mano por su corazón. Éste latía fuerte y seguro. Luego por su cuello e hizo que la ahorque suavemente.

Ella: ¿y ahora?
Yo: miedo.

Se acerco y rozó sus labios con los de él. Lo besó durante 7 segundos, besó sus mejillas, mordió sus orejas, lamió su pelo.

Ella: ¿ahora?
Yo: que encuentro algunas preguntas...

Lo acostó en el piso, y lo desvistió lentamente, tomándose su tiempo en cada botón de la camisa. Se movía como serpiente. Y a veces miraba hacia al cielo raso, como un ángel pidiéndole perdón a dios por disfrutar del pecado, como si no hubiese otra alternativa.

Me sentía extraño, perdido dentro de un cuarto de cuatro metros. Disfrutando de ese absurdo, que antes me hacia sufrir y ahora me hacia sentir. Ninguno me había dicho nada parecido, pero no podía pensar.

Luego de un rato, los dos, acostados en el piso y fumando veían el techo, tratando de encontrar algo más dentro del color blanco, mas no lo había.
Ella se dio vuelta y lo vio unos instantes, jugo con su pelo, lo besó ruidosamente en la mejilla y volvió a ver el techo.
El mundo es demasiado absurdo.

Yo: ¿No creés que el mundo es absurdo?
Ella: a veces sí, ¿pero lo decís por algo en especial?
Yo: no se, creo que todo lo que veo es absurdo. La gente quiere conocerse chateando, hay gente con mucho dinero y gente con demasiado poco, hoy por ejemplo es pleno invierno y el calor sofoca. Y además vine a buscar preguntas acá y me llevo respuestas.
Ella: supongo que es un mundo complejo, y que podemos decidir en pensarlo o vivirlo. El absurdo es parte de la realidad, a veces las cosas “absurdas” me suelen dar más sentido que lo racional.
Yo: ¿te puedo hacer una pregunta, con miedo de pecar de idiota?
Ella: decime.
Yo: ¿vos sos el oráculo? No se como explicarlo, pero mis amigos y conocidos, todos me dieron descripciones diferentes, que eras un hombre alto, o pelado, o con barba...

Ella sonrió y lo miró con ternura de madre y de amante. Con una mirada que se alejaba del mundo, por no ser absurda.
Le acaricio el pelo.

Ella: mi destino es ser lo que vos quieras, lo que necesites. Recorrí el mundo, descubrí personas, aprendí a ver el mundo a mi manera. Intento ayudar a la gente dentro de mis posibilidades, no soy un ángel ni una bruja. Pero puedo ser una alternativa.

Por primera vez en el día sonreí, y me sentí lleno de.... vida. Si todo era absurdo o no, no importaba.

Yo: Creo entonces que cumpliste tu trabajo, me siento bien.
Ella: me alegro. Igual me di cuenta, lo vi en tu cara. Es la primera vez desde que entraste que sonreíste.
Yo: es verdad, también lo había notado, creo que es la primera vez que sonrío en días, o meses...
Ella: intenta hacerlo mas seguido. Las chicas se fijan mas en los chicos que sonríen...
Yo: gracias por el concejo.
Ella: de nada, es gratis.

La besó, se paró y comenzó a vestirse con una prisa tranquila. Mientras la veía en el piso, fumando y exhalando el humo hacia el cielo. Parecía como que no esperaba esa reacción, era muy orgullosa como para decir “quedate”. Se limitó a no mirarlo y a ver el cielo raso con cierta ofensa. Todo el tiempo que le tomó vestirse él la miro, y se dio cuenta que lo imposible es posible por momentos. Cuando por fin ella lo miró, había tanta ternura y agradecimiento en esos ojos jóvenes, que desistió y le sonrió. Lo besó en el aire.
El dejo los 50 pesos sobre la mesa y se fue.

Cuando salí, cerré la puerta y de casualidad noté que el depto. de enfrente también era el D.
Baje corriendo las escaleras por costumbre, salude al guardia que ni lo notó y al salir al exterior vi a un hombre que me llamó la atención. Tenía barba, era pelado, viejo y muy alto, vestía de negro, casi como un cura. Me vio sorprendido como por hablarme, pero no lo hizo, en cambio vio el reloj. Yo también lo hice. Eran las 3:33.

Tuve la extraña sensación al caminar por la calle de que me sentía vivo después de tanto tiempo. Me parecía perfecto que haga calor, aunque sea agosto y que los pájaros convivan con los perros como hermanos. Que los taxistas se puteen, y que haya pobres y ricos.
Mientras cruzaba la calle, mirando el cielo como si fuera un ángel agradecido a un dios en el que no creo, no le di importancia a los detalles, solo me perdí en el sol, y en su efecto hipnóticamente cegador.

Cuando el auto freno era demasiado tarde. El cuerpo voló desprendiéndose de la vida en el aire, durante unos segundos, durante varios metros.
Ella escuchó el ruido pero no le dio importancia, en esa zona siempre se escuchaban frenadas.
El cuerpo golpeó el piso violentamente, y los pájaros y los perros despertaron de sus siestas. Una chica empezó a gritar, el chico que la besaba como si fuera el último día de su vida quedo petrificado.
Mientras caminaba perdida en su cuarto, encontró el documento del chico tirado en el piso. Se vistió lo mas rápido que pudo y en parte agradecida por la excusa miro al cielo raso agradeciéndole a su dios por la excusa. Corrió las escaleras con la esperanza de alcanzarlo en algún lugar cercano.
El transito se detuvo, un policía vino corriendo, los taxistas dejaron de putearse por un rato, y los ricos y los pobres se acercaron a mirar con los mismos ojos. Por sobre el charco rojo, casi negro, yacía el cuerpo del joven.
Le llamó la atención tanta gente aglomerada al lado de la puerta del edificio, y recordó al instante la frenada. Corrió hacia el núcleo, haciendo a un lado a la gente que era como olas dentro del calor de ese día-mar. Cuando llegó vio lo que temía.
El cuerpo del joven estaba inmóvil, con los ojos hipnotizados en el sol.
En sus ojos vivos, caía una lagrima de un amor que no llego a ser, por que nunca se dijo.
En sus labios muertos, se dibujaba la sonrisa de haber llegado a sentir la vida.
Un hombre alto, viejo, pelado y con barba, movía la cabeza de un lado al otro, lamentándose.
Ella tiró el documento junto a la sangre y al cuerpo y subió lentamente, resignada a su depto. Cuando llegó, sacó la D de la única puerta de su guarida, corrió el mantel de la mesa, y apagó el equipo de música dejando lugar solo al silencio de sus lagrimas.